Cuba en la encrucijada

Las visitas de dirigentes extranjeros a Cuba suelen animar debates sobre el futuro de Cuba: “¿Hacia dónde va Cuba?”. O promueven deseos en el imaginario colectivo: “Quiero viajar a Cuba antes de que cambie”, como si los cambios en Cuba tuvieran que producir como efecto indefectible la desaparición de la memoria colectiva. Quod non.

No es una excepción la visita anunciada del presidente del Gobierno de España a Cuba el próximo mes de noviembre. Sin embargo la visita tendrá lugar en un contexto muy diferente a la que hiciera a la Isla su predecesor Felipe González en 1986.

En 1986 existía el campo socialista y Cuba formaba parte de los países del CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica) entre los que los criterios de intercambio económico respondían a una lógica diferente de la del mercado. En 1986 la industria turística cubana era embrionaria y el azúcar –la zafra azucarera- seguía encabezando los titulares del Granma, el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba.

Las relaciones económicas con los países de la Comunidad Económica Europea no rebasaban la categoría de lo marginal y solo unos pocos visionarios –que arriesgaban de este modo su condición de buenos patriotas para transitar hacia las aguas oscuras del derrotismo- se atrevían a anticipar el “desmerengamiento” del Régimen de que hablara Fidel Castro después de la visita de Gorbachov en 1991. Las obras de la central electronuclear de Juraguá avanzaban a buen ritmo en 1986 y Hugo Chávez continuaba su carrera militar sin grandes contratiempos pues, en ese mismo año de 1986, ascendía a mayor del ejército de la República de Venezuela. La revolución bolivariana, si es que ya estaba concebida, habitaba aún en los deseos y planes más recónditos del mayor Chávez. El bloqueo económico y financiero de Estados Unidos contra Cuba se mantenía bajo la presidencia de Ronald Reagan, más preocupado por embridar el déficit fiscal y por decolorar los aciagos nubarrones del Iran-Contra. Silvio Rodríguez publicaba su disco “Causas y Azares” donde cantaba que “el azar se me viene enredando poderoso, invencible”.

La historia de Cuba, como todas las historias, lo es de causas y azares. Y la Cuba que encontrará Pedro Sánchez en 2018, siendo la misma Cuba en sus rasgos fundamentales, no es la misma que encontrara Felipe González en 1986. El dólar circula libremente desde 1993, año hasta el que la simple tenencia de unos pocos dólares se castigaba en el Código Penal. El “cuentapropismo” (el trabajo autónomo) es una realidad asentada desde 2011 y las cooperativas no agrícolas (embrión de sociedades de responsabilidad limitada) recibieron su carta de naturaleza en 2012. Desde 2013, por la reforma migratoria impulsada por el gobierno de Raúl Castro, los cubanos no necesitan más que un pasaporte (que se expide con carácter general a todos los cubanos que lo soliciten) para viajar al exterior. El recuerdo de la central electronuclear de Juraguá lo ha sustituido la realidad de los parques eólicos, de las plantas de biomasa y de las instalaciones solares fotovoltaicas. Cuba aspira a que en 2030 el 24 por 100 de la producción eléctrica lo sea a partir de fuentes renovables.

En 2018 el bloqueo económico y financiero Estados Unidos sigue siendo una realidad tozuda y también un pretexto. La Ley Helms-Burton (y todo el piélago de regulaciones urdidas por las Administración USA) sigue enquistada desde 1996 como un tumor maligno que impide que la economía cubana se desenvuelva con normalidad. Las sanciones económicas -armas de destrucción masiva en la guerra postmoderna- extienden un temor difuso y ralentizan el paso ligero de la inversión extranjera y de los financiamientos a largo plazo. La Cuba de 2018, sim embargo, cuenta con activos sólidos en su haber que permiten anticipar un futuro más próspero en un escenario de relaciones normalizadas con EEUU: una población sana y razonablemente instruida, que mantiene intacta su capacidad de endeudamiento personal (los cubanos de a pie deben poco dinero) y cuyas propiedades inmobiliarias están adecuadamente representadas en títulos (funcionan bien los registros de la propiedad); seguridad ciudadana, que es imprescindible para el desarrollo de la primera industria del país: el turismo.

La reforma constitucional iniciada este año se propone incluir sin ambages bajo su paraguas protector la propiedad privada, la propiedad cooperativa, la separación de poderes, la independencia judicial, la responsabilidad patrimonial de la Administración y las garantías a los inversionistas extranjeros, entre otras cuestiones. Aunque puede aparecer a los ojos de algunos como un paso tímido, para otros, la mera cita de esas realidades posibles merece el anatema.

Todo apunta, sin embargo, a que la nueva generación de dirigentes cubanos alcanzará a quebrar la resistencia de los inmovilistas y a alentar, por contra, el empuje de quienes como el chileno Julio Numhauser, trovero de Quilapayún, cantan que “lo que cambió ayer tendrá que cambiar mañana”. También en Cuba.

 

Publicado por The Diplomat in Spain

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